Fe que Camina en el Barrio
- Iglesias Bautistas de Puerto Rico

- 28 jul
- 4 Min. de lectura
Por: Pastora Abigail Castro
lunes, 28 de julio de 2025
«En el último día de la fiesta, el más importante, Jesús se levantó y gritó: ‘Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Las Escrituras dicen que del interior del que cree en mí saldrán ríos de agua viva’» Juan 7:37-38 (PDT).
En el barrio, hay voces y rostros silentes, en cuyas miradas se percibe el grito desesperante de la marginación: la de los inmigrantes, la invisibilidad, las adicciones, la violencia intrafamiliar, el maltrato… en fin, la experiencia de sentirse atrapados(as) en un pozo sin salida.
Sin embargo, ante lo desesperante del entorno y el panorama opresor e incierto, se escucha una voz de esperanza que corre como río por las calles del barrio. Traen palabra que les vitaliza, les anima a detenerse y ponerse sobre sus pies para escuchar el mensaje esperanzador del evangelio de Jesucristo, aunque sientan flaquear las rodillas y las piernas. Es un mensaje que trae fortaleza, paz y esperanza. En medio de todo, se escucha la voz que dice: «Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Las Escrituras dicen que del interior del que cree en mí saldrán ríos de agua viva».
Escuchar y saciar la sed con una palabra de redención. Una palabra que se atreve a mirar de frente la vileza que pueda estar enfrentando cualquier ser humano. Y ante ello, el sequedal queda saciado desde el interior. Porque hay palabras, acciones y gestos que alcanzan el corazón, cuando una mano se extiende para abrazar y decir: «Puedo llevarte a un centro de ayuda social para que lo que hoy enfrentas sea trabajado».

Es ser la mano amiga del inmigrante. Aquella que se solidariza y acompaña en sus luchas, para que puedan lograr justicia, validación de documentos, y sustento digno para sus familias. Reconocer que en el barrio también son importantes.
Así también, mujeres que solo han conocido el maltrato y la violencia, y una iglesia que abre espacios con orientación, suministros, planes de acción saludables, y ayuda para ellas y sus hijos, e incluso para toda la familia. Adultos mayores que viven en la soledad, ausentes de apoyo familiar, de alguien que les acompañe a la cita médica, a la farmacia o al supermercado. Niños y jóvenes atrapados por la calle, sumergidos en estilos de vida deteriorados, adicciones, y falsas ideas sobre el dinero fácil. Sin embargo, hay quien se toma el tiempo para enfocarlos, brindar asistencia, acompañarles para que salgan de la calle, se eduquen, consigan empleo y, en muchos casos, se conviertan en profesionales.
Hombres que solo han replicado los estilos aprendidos en hogares disfuncionales, donde la violencia era la norma. Pero también se levanta una voz que ofrece ayuda para rehabilitarse, para dejar de ser victimarios y convertirse en personas nuevas, con enfoque de crecimiento y bienestar.
Como Iglesia, estamos llamados a salir de lo arquitectónico de una estructura, y ser como ráfaga de viento, dirigida hacia una meta: alcanzar el rincón más olvidado del barrio con una fe que camina. Una fe que rompe barreras y prácticas dañinas. Que va más allá de pararse en una esquina con un megáfono. Es la fe que ve respuesta, transformación, redención, y restauración donde otros —incluso la sociedad— no logran ver nada.
Esto es así, porque la homofobia, la xenofobia, los prejuicios y las prácticas de uso y costumbre muchas veces dejan a las personas estancadas en lo establecido, sin poder ver la fe que camina, la que encarna el texto de Juan 7:37-38:«Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba. Las Escrituras dicen que del interior del que cree en mí saldrán ríos de agua viva».
Un ejemplo lo encontramos en el Evangelio de Juan 4:1-42: la experiencia de la mujer samaritana. Una mujer etiquetada por la sociedad y por las barreras culturales, pero visibilizada por Jesús. Él la llevó a la introspección de su realidad existencial, y ella descubrió la carencia de una vida plena. Fue redimida y se convirtió en testimonio para otros en igual o peor situación. Esta mujer fue la evangelista de su comunidad, portadora de la fe que camina. Recibió del agua que salta para vida eterna. El agua que sacia la sed de todo ser humano para siempre. El agua que le permitió identificar el gran amor de Dios para ella: un amor que no señala ni etiqueta, sino que alcanza, abraza y transforma.
Podemos preguntarnos hoy: ¿cuántos han sido alcanzados por la fe que camina por cada calle, callejón, vereda u hogar del barrio? Sí, ese mismo barrio al que muchos no quieren entrar, por considerarlo «de mala muerte» o «tierra de nadie».
Somos testigos de personas alcanzadas: víctimas de maltratos, adicciones a drogas o alcohol, entre muchas otras realidades, que han sido redimidas, saciadas de su sed, y de quienes hoy brotan ríos de agua viva. Agua que lleva vida eterna, agua que es eterno manantial. Agua de vida que llena hasta saciar, tornándose cada día en anhelo y deseo permanente.
Seamos de los que practican incansablemente la fe que camina. La que abre los brazos para alcanzar y acompañar. La que presta el oído para escuchar a quien desborda su podredumbre interior. La que se calza los zapatos de otro y se enfoca en accionar para que, al caminar por el barrio, haga brotar agua que dé vida.
¡Aleluya!
La pastora Abigail Castro posee una maestría en Divinidad del Semanario Evangélico de Puerto Rico. Es pastora endosada de nuestra denominación y actualmente pastorea la Iglesia Bautista Hosanna, Inc., en Canóvanas.







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