Heridas que sanan, dolores que salvan
- Iglesias Bautistas de Puerto Rico
- 17 abr
- 3 Min. de lectura
Por: Rvdo. Carlos Bonilla
jueves, 17 de abril de 2025
«Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él,
y por su llaga fuimos nosotros curados» Isaías 53:4-5 (RV 1960).
La Vía Dolorosa, en la ciudad vieja de Jerusalén, es una calle muy transitada en esta época de la Pascua judía. Peregrinos de todas partes del mundo la recorren con mucha expectativa y tristeza para reproducir paso a paso el camino de Jesús de Nazaret hacia la cruz. Es una calle marcada con el dolor y la sangre derramada por nuestro Salvador, el inocente cordero nacido en Belén, que fue obligado a cargar sobre sus hombros el instrumento de su propia muerte.

Cuesta creer que Jesús de Nazaret, la imagen del Dios Invisible, el primogénito sobre toda creación, que por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, la cabeza del cuerpo que es la Iglesia (Colosenses 1:15-20), pudiera haberse encarnado en un cuerpo mortal, para más adelante morir con vergüenza en el madero de una cruz. ¡Es el escándalo de la historia que todavía sigue dando de qué hablar! Pero en esta Semana Santa, eso es precisamente lo que la narración de Isaías 53:4-6 nos recuerda ...que la historia de la Redención de la humanidad todavía no ha concluido. Seguimos paso a paso la pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo como si nosotros mismos fuésemos testigos presenciales del camino de dolor que el Redentor recorrió hasta el Monte de la Calavera donde finalmente fue crucificado y muerto.
Esta semana nos recuerda la Escritura, que el camino hacia la cruz es un camino que cada creyente debe recorrer en su vida personal y en su vida comunitaria. Cargados con nuestras propias cruces pesadas, con los dolores que la vida nos ofrece, con las enfermedades que nos atacan y también con las heridas que no cicatrizan (Marcos 8:34, Lucas 14:27) y esperamos con resignación la muerte, pero al mismo tiempo vemos con esperanza ese momento glorioso de nuestra resurrección —ese grandioso día que transformados y con un nuevo cuerpo disfrutaremos del gran banquete que Jesús de Nazaret nos tiene preparados en esa morada celestial que Él nos prometió.
Miremos con temor ese camino espinoso que debemos recorrer cada día de nuestras vidas, pero sin olvidar que nuestro Maestro ya lo recorrió y que su triunfo refleja esa nueva vida que nos espera al final de nuestro ciclo terrenal.
Difícilmente podemos decir que la salvación es completamente gratis... porque tuvo un costo extremadamente alto que ninguno de nosotros hubiera podido pagar: fue costoso para Él y gratis para nosotros. La pasión de Jesús es un canto a la esperanza y un compromiso de fe que como creyentes hemos abrazado como la única manera de volver a vivir en la presencia de nuestro Dios amoroso.
Nos parece que es el momento ideal para proclamar su Evangelio de Salvación en los cuatro puntos cardinales de este planeta Tierra, de levantar nuestras voces a favor de los que no tienen pan para comer, de los enfermos, de los desposeídos, porque todos ellos también tienen su lugar en la Vía Dolorosa, para contemplar al Redentor, al Liberador, al Sanador, al Pacificador que está pasando delante de sus vidas. ¡Si tan solo pudiéramos tocar el borde de su manto, seríamos sanados!
Así pues, «Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» Hebreos 12:2 (NVI). Al mirar a Jesús en el madero y contemplar su sacrificio, encontramos la restauración y la paz que nuestra alma necesita, pues en Él se manifiestan las verdaderas heridas que sanan y los dolores que salvan.
El Reverendo Carlos Bonilla es consultor regional para discipulado en Iberoamérica y El Caribe a través de Ministerios Internacionales. Es ministro endosado, comisionado y ordenado por las Iglesias Bautistas de Puerto Rico. Posee su maestría en artes en estudios teológicos y énfasis en estudios bíblicos del Seminario Teológico Bautista del Este de Pensilvania.
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