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Antorchas Encendidas

Por: Rvdo. Ramón Díaz

lunes, 18 de agosto de 2025


«no descansaré hasta que tu victoria brille como el amanecer y tu salvación como una antorcha encendida» Isaías 60.1b (NTV).

 

El texto que nos sirve de base para la reflexión (Isaías 62:1b) es parte de un poema (v.1-12) sobre la redención, restauración y gloria futura de Sion.  Dios está comprometido con ese futuro glorioso por amor y describe el vínculo entre Él y su pueblo como uno entre cónyuges.  Interesantemente, esa redención vendrá revestida de victoria y salvación, a lo que me gustaría referirme como, una restauración liberadora.  Una restauración que liberta porque produce cambios en el ordenamiento social del pueblo de Dios. Una restauración que será evidente y palpable, que otras naciones y reyes verán.  Una restauración por la cual Dios no descansará ni callará hasta conseguirla y brille cual antorcha encendida.  De manera implícita se establece que hay que trabajar y esforzarse con convicción por este futuro glorioso y de manera explícita expresa que Dios ha puesto centinelas sobre los muros de la ciudad para que no cesen de invocar al Señor hasta que la restauración se haya alcanzado.  Es decir, que Dios comparte con quienes cuidan su ciudad, la lucha para la salvación de su pueblo.  Entonces, para que brille la restauración liberadora de Dios en la ciudad habrá que estar seguros de que quienes velan la misma lleven su antorcha encendida.

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En la ciudad de San Juan, Puerto Rico, en una pequeña plaza frente a la Caleta de las Monjas, próxima a la muralla de La Fortaleza se ubica el monumento de La Rogativa.  Es una escultura de bronce, creada por el artista neozelandés Lindsay Daen. La misma rinde honor a una leyenda que se cuenta con relación al ataque de los ingleses a la ciudad de San Juan la noche del 17 de abril de 1797 liderada por los generales británicos, Sir Ralph Abercromby y Henry Harvey. Se cuenta que, en medio del acecho, los vecinos de San Juan, lidereados por el obispo de la ciudad, llevaron a cabo una procesión con antorchas y velas para elevar una oración pública o rogativa para detener estos ataques y salvar a la ciudad. Al ver sólo las luces de las antorchas y velas, los generales británicos creyeron que era parte de un refuerzo de las tropas españolas para defenderse de los ataques y Abercromby decidió hacer su retirada de la bahía.  Aquella noche de conflicto, amenaza y temor, este grupo de creyentes decidió ser el referente que marcara el paso en medio de la hora más oscura.  Fueron luz, en tanto y en cuanto, fueron portadores de antorchas encendidas.  La fe y el compromiso de los hombres y mujeres de Dios salvaron la ciudad.


Hoy el texto cobra pertinencia para esta bendita Isla del Encanto.  Somos parte de un pueblo al cual Dios ama con profundo amor.  Un pueblo amenazado por acciones que cautivan y esclavizan, pero al cual Dios también le extiende la promesa de redención.  Hay una convocatoria por parte del Espíritu Santo a los/las creyentes a ser centinelas de la ciudad y portadores de una antorcha que sirva de referente para denunciar las amenazas de nuestros tiempos y tomar cartas en el asunto de manera pertinente.  Llevar nuestra antorcha encendida es afirmar que el amor por la ciudad es el amor por la gente.  Es un llamamiento sagrado a reconocer a los menesterosos, frágiles, marginados, vulnerables, alienados y perseguidos y a promover acciones tangibles que produzcan cambios en el ordenamiento social y nos acerquen a la restauración liberadora.  Nuestra antorcha encendida nos hace visibles en medio de la oscuridad.  Nos confronta con la decisión de permanecer como un murmullo en la incertidumbre que se diluye inconsecuente en el conflicto o que nuestra voz retumbe proféticamente entre el tumulto con la esperanza de que puedan escuchar la voz de Dios.  Para ello, es necesario repensar nuestro rol como Iglesia, como creyentes, como ministros/as, como centinelas de la ciudad.  Eso requiere valentía, arrojo, amor y fe para denunciar las injusticias, aunque la otra parte ostente el poder.  Como lo manifestó Jesús cuando anunció que le era necesario ir a Jerusalén, aun conociendo su destino fatal.  La valentía de los centinelas está en reconocer y vencer sus propios miedos.  Miedo a las consecuencias de establecer posturas que hagan justicia al prójimo, encarnando los valores del Reino de Dios.  Cuando hayamos vencido nuestros miedos se encenderá nuestra antorcha.


El texto destila un tono de celebración, júbilo y esperanza.  El mismo manifiesta el gozo que produce la promesa de Dios para su pueblo.  La redención, restauración y gloria de Sion serán el producto de las acciones de quienes velan los muros de la ciudad y las acciones salvíficas de Dios.  Esa restauración liberadora de Dios también es promesa para nosotros.  La victoria y la salvación resplandecerán en medio nuestro mientras los centinelas llevemos nuestra antorcha encendida, aun en lo más oscuro de la noche.  Veremos entonces, como los barcos del enemigo que traen conflicto, amenaza y temor se retiran de la bahía y la ciudad estará a salvo.


El Rvdo. Ramón Díaz es el pastor general de la Primera Iglesia Bautista de Aguas Buenas. Es ministro ordenado de las Iglesias Bautistas de Puerto Rico. Posee una maestría en divinidad del Seminario Evangélico de PR.


 
 
 
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