Un Solo Cuerpo, Muchas Lenguas, Una Sola Misión
- Iglesias Bautistas de Puerto Rico
- hace 4 días
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Por: Pastora Anátalys González Ortiz
lunes, 16 de junio de 2025
«Cuando llegó el día de Pentecostés, todos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente, vino del cielo un ruido como de un viento muy fuerte, que llenó toda la casa. Vieron algo parecido a llamas de fuego que se separaron y se colocaron sobre cada uno de los que estaban allí. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes idiomas por el poder que les daba el Espíritu» Hechos 2.1-4 (PDT).
El domingo pasado celebramos Pentecostés, ese momento en el que personas de distintos lugares, lenguas y culturas se reunieron y, en medio de esa diversidad, todas recibieron el Espíritu Santo. No importó su procedencia, ni su idioma, ni su historia. El Espíritu no excluyó a nadie. Al contrario, descendió sobre todos por igual, y lo primero que provocó fue que pudieran entenderse entre sí. La barrera del lenguaje se rompió, no por habilidad humana, sino por gracia divina.
Este relato nos recuerda que la diversidad es parte del diseño de Dios, no una amenaza a evitar. Nos recuerda que las fronteras las hicieron los hombres, no Dios, y que este mundo no nos pertenece: «Del Señor es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan» Salmos 24:1 (RV1960). El Espíritu Santo no vino a uniformar, sino a unir en la diferencia, para que pudiéramos convivir, compartir y caminar juntos como un solo cuerpo.

Y sin embargo, mientras celebramos ese momento glorioso, vemos una realidad que nos duele. En nuestro país, hermanos y hermanas están siendo expulsados sin un proceso justo. Vemos comunidades enteras desestabilizadas por políticas migratorias que ignoran el rostro humano del que sufre. Vemos cómo personas son arrancadas de sus hogares, de sus hijos, de sus iglesias. La violencia legal también es violencia. Y en medio de todo esto, la Iglesia no puede permanecer indiferente.
Hay quienes, incluso desde el púlpito, afirman que están para defender «la ley y el orden», negándose a ayudar a quienes enfrentan procesos de deportación, alegando que hacerlo pondría en riesgo sus congregaciones o su estatus. Pero ¿desde cuándo el miedo dicta nuestra fe? ¿Desde cuándo la seguridad justifica la falta de compasión? ¿Acaso Dios está del lado de las leyes injustas? Isaías y Esdras nos presentan el filtro de Dios para los que dictan leyes injustas: «¡Ay de ustedes, que dictan leyes injustas y publican decretos intolerables, que no hacen justicia a los débiles ni reconocen los derechos de los pobres de mi pueblo, que explotan a las viudas y roban a los huérfanos!» Isaías 10:1-19 (DHH) pero también para los que guardan silencio ante ellas; «Ahora pues, que el temor del SEÑOR esté sobre vosotros; tened cuidado en lo que hacéis, porque con el SEÑOR nuestro Dios no hay injusticia ni acepción de personas ni soborno» 2da Crónicas 19:7 (LBLA).
Si decimos que creemos en la Palabra, si afirmamos que ella es nuestra norma de fe y conducta, entonces tenemos que vivir conforme a ella. Porque está escrito: «¿Y qué pide Jehová de ti? Solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios» Miqueas 6:8 (RV1960). No se trata de justificar supuestas ilegalidades, sino de acompañar al pueblo en su dolor, de hacer presencia junto al que sufre, y denunciar las leyes que oprimen y excluyen, tal como hizo Jesús.
No es la primera vez que los gobiernos despojan a los más vulnerables. Las deportaciones, las separaciones familiares y la exclusión siempre han existido, pero hoy las vemos con más crueldad, más frecuencia, y más legitimadas por leyes injustas. La Iglesia no puede seguir encerrada alabando a Dios desde el privilegio, mientras ignora a la niñez abandonada, a quienes sufren violencia, y a las familias que son divididas por decisiones legales sin alma.
Jesús caminó con los despreciados, tocó a los intocables, se sentó con los rechazados y fue víctima de leyes injustas y juicios inmisericordes desde antes de su nacimiento hasta su muerte. No le importó lo que dijeran los escribas y fariseos, porque Él sabía que amar al prójimo era la verdadera ley. Hoy nos toca seguir sus pasos.
¿Qué hará la Iglesia? ¿Qué harás tú? ¿Te quedarás observando desde la comodidad, o saldrás a extender la mano como Jesús? ¿Callarás ante la injusticia, o alzarás la voz por los que no tienen voz? ¿Cruzarás los brazos, o abrirás los brazos como Él los abrió en la cruz? Porque cuando decidimos caminar con los más pequeños, nos encontramos con el mismo Cristo. «Por cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» Mateo 25:40 (RV1960).
Pentecostés es el evento que nos desafía a encontrarnos con quienes nacieron en lugares distintos con lenguaje diferente al nuestro. Es el Espíritu Santo quien nos impulsa a ir hacia ellos, hablar con el lenguaje que Él nos dio, y no dejarlos solos ni solas. Estamos llamados a caminar juntos en comunión. Y mientras esa acción ocurre en el camino, Dios derramará su Espíritu: nuestros hijos y nuestras hijas profetizarán, nuestros jóvenes verán visiones, nuestros ancianos soñarán sueños, y habrá prodigios en el cielo y señales en la tierra como Hechos menciona en el capítulo 2.
Pentecostés muchas lenguas, un cuerpo con una sola misión, anunciar las buenas de salvación, justicia y amor.
La pastora Anatalys Gonzalez Ortiz es pastora endosada por las Iglesias Bautistas de Puerto Rico. Actualmente es la directora de la plataforma educativa Educación Bautista de nuestra denominación. Además colabora con el ministro ejecutivo como oficial de enlace pastoral y página web, y la directora de la Academia de Revitalización Congregacional.
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